Así nació una época dorada para la compañía de la manzana mordida en la que el éxito de la demanda de sus productos provocaba que Steve Jobs se vanagloriase de no hacer estudios de mercado, de no conocer al cliente (o mejor dicho de conocerlo mejor que él mismo) y de decirle a sus clientes lo que necesitaban comprar. Jobs solía citar a Henry Ford que a principios del siglo XX, cuando había triunfado con su primer coche dijo
si hubiera preguntado a la gente que qué quería, me hubiesen dicho que caballos más rápidospara ejemplificar que los clientes no saben cuál es el producto que quieren. Sin embargo, las últimas presentaciones de Apple han estado caracterizadas por romper algunas “barreras imaginarias” que se había autoimpuesto la propia compañía a la hora de diseñar productos. Concretamente dos. La primera fue la de crear unos smartphones con pantalla superior a las 4 pulgadas, que era el límite de manejabilidad que había impuesto Jobs. La segunda, la aparición de un stylus (un lápiz digital) en el nuevo iPad Pro, algo que había desechado en su momento el líder por considerarlo innecesario. Estos cambios vienen motivados por dos cuestiones que no son menores en la gestión empresarial y que voy a analizar ahora.
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